Lo que tiene que ser, es.
Creo en el destino. No siempre ha sido así, pero ahora tengo la certeza de que lo que tiene que ser, es.
Yo quería ser madre. El destino no quiso que me quedara embarazada de manera natural.
El destino no quiso que, después de más de 10 tratamientos de fertilidad, mi sueño se realizara. Los hice todos. Recorrí los más prestigiosos centros de Barcelona. No. El destino no quiso.
Pensé que a lo mejor mi destino era adoptar. Me ilusioné hasta el infinito con ese niño o niña que vendría de muy lejos a alegrar nuestra casa. Fue ponernos en lista, y frenarse en seco las adopciones. A día de hoy, muchas parejas que estaban con nosotros en esa lista siguen esperando.
El destino puso en mi camino, cuando ya no pensaba hacer más tratamientos, cuando ya me planteaba mi futuro sin hijos, una noticia de diario en la que se hablaba de nuevos descubrimientos de la ciencia. Y a partir de ahí, el destino me puso delante a dos ángeles en forma de doctores, que volvieron a avivar el fuego de mis esperanzas.
El destino quiso entonces que mi ansiado embarazo empezara su andadura con tres inquilinos en mi vientre.
El destino. El destino quiso que tuviera un accidente de coche con apenas un par de meses de gestación. Lo suficientemente grave como para provocarme un enorme sangrado que me hizo pensar que mi destino no era ser madre. La ecografía delató tres pequeños corazones que seguían latiendo con fuerza y ganas.
Mi maravilloso destino quiso que un embarazo que se preveía preocupante y de riesgo resultara ser plácido y sin problemas. Porque el destino puso a mi disposición el mejor equipo médico que veló porque eso fuera así.
El destino os trajo a los tres, Leo, Gemma y Lídia, a nuestras vidas, cuando teníais que llegar. Aunque nosotros nos hubiéramos empeñado en que fuera mucho antes. Fue cuando tuvo que ser. Fue, porque tuvo que ser.
Bendito destino.